Aunque ya han pasado algunos días es bueno reeditar la columna de Luis María Ansón, poco sospechoso de ser afín a las ideas progresistas, que sin embargo reconoce, desde su derechismo aristocrático, la labor de Pablo Iglesias, su hacer diferente y su talla política.
Lógicamente hubiera sido deseable que lo que dice de Iglesias lo hubiera manifestado anteriormente, que lo dijese cuando Iglesias era linchado a diario. Es de valorar que una opinión tan acertada (en los pocos aspectos que ha tocado) lo haya tenido que sacar el fundador de «La Razón», un «campechano» liberal conservador, aunque en su día afirmará, erróneamente, que Pablo Iglesias «se quería perpetuar en el poder».
Iglesias carga sobre los hombros un notable equipaje cultural y no se merece el linchamiento atroz al que algunos le han sometido
No seré yo el que haga astillas del árbol caído. A lo largo de mi dilatada vida profesional jamás me ensañé con el derrotado. Los leñadores de la política me parecen unos miserables, sobre todo cuando brincan al carro del vencedor después de vapulear al vencido.
Pablo Iglesias llegó a estar respaldado por cinco millones de votos, supo polarizar a una parte de la juventud y, a pesar de las vejaciones personales, escaló los himalayas políticos hasta convertirse en vicepresidente del Gobierno. Cuando se dio cuenta de que Podemos se haría extraparlamentario en la Asamblea de Madrid –así lo certificaban las encuestas – decidió abandonar la poltrona vicepresidencial y lanzarse a la refriega electoral. Consiguió su propósito. Podemos sumó tres diputados más y permanece en el Parlamento madrileño. Iglesias apostó también por la victoria del bloque de la izquierda, pero el partido sanchista se derrumbó. El líder podemita, en lugar de refugiarse en su parcial éxito electoral, dimitió anunciando que se retiraba de la política convencional.
Sánchez debió hacer lo mismo porque fue un auténtico perdedor de la elecciones madrileñas, pero no rechistó. El ejemplo de Iglesias de dimitir ha fragilizado al presidente del Gobierno, sobre todo porque anunció enseguida su decisión de consumar la legislatura.
Iglesias es un profesor universitario con el que se puede hablar de arte y literatura. Carga sobre los hombros un notable equipaje cultural y no se merece el linchamiento atroz al que algunos le han sometido. No se lo merece porque, a diferencia de Sánchez, nunca engañó a nadie. Mantengo con él sustanciales discrepancias ideológicas. El líder podemita nunca ha ocultado ni lo que piensa ni lo que se proponía hacer. La rebeldía era para Ocar Wilde “ la virtud original del hombre. Gracias a ella se ha conseguido el progreso”.
Y Maura tenía razón: “Hay que hacer la revolución desde el Gobierno, porque, si no, se hará desde abajo y será desoladora”. A España le costó en 1936 la guerra incivil. Y ahora habrá que encauzar las exigencias de las nuevas generaciones que se han desgajado de la Transición y están recreando la España a garrotazos.
Los que aseguran, en fin, que Iglesias es un cadáver político, ignoran que “el muerto que vos matáis goza de buena salud”.
El tiempo dirá lo que tenga que decir porque la Historia no se escribe sobre el voluntarismo sino sobre la realidad.